Por: Karla Miller
Viajar no solo nos lleva a nuevos destinos; nos transforma. Hace un tiempo, junto con un grupo de amigas de diferentes edades, emprendimos una de las aventuras más desafiantes y significativas de nuestras vidas: caminar a Machu Picchu a través del Salkantay Trek, conocido como la “ruta de los dioses”.
Desde Cuzco hacia las alturas
Partimos desde la histórica ciudad de Cuzco, llenas de emoción y un poco de incertidumbre. Ninguna de nosotras había hecho un viaje que demandara tanta fuerza física y emocional. Éramos cinco mujeres, con edades entre los 20 y los 50 años, pero con un objetivo común: llegar a Machu Picchu no solo como turistas, sino como exploradoras.
Cinco días en las montañas: una prueba de resistencia y conexión
Durante los cinco días que duró el trek, nos enfrentamos a paisajes que parecían sacados de otro mundo. La Laguna de Humantay, con sus aguas turquesas rodeadas de montañas nevadas, fue nuestro primer encuentro con la magia de los Andes. Subir al Abra Salkantay, a más de 4,600 metros sobre el nivel del mar, nos dejó sin aliento en todos los sentidos: por la altitud, pero también por la inmensidad del paisaje.
En Playa Sayahuaco sentimos el calor de los valles más bajos, y cerca de Santa Teresa, disfrutamos de unas relajantes aguas termales que reconfortaron nuestros cuerpos cansados. Finalmente, caminar junto a las vías del tren hasta Aguas Calientes fue un recordatorio de la meta que nos esperaba: Machu Picchu, el corazón del viaje.
Llegando a Machu Picchu: más que un destino
Al llegar a Machu Picchu al día siguiente, todas sentimos algo diferente. La vista de la ciudadela al amanecer fue un momento profundamente emotivo. Habíamos enfrentado miedos, incomodidades y dudas, pero también habíamos descubierto una fuerza interna que no sabíamos que teníamos.
La guinda del pastel: la Montaña de 7 Colores
De regreso en Cuzco, después de una noche de descanso, nos embarcamos en otro desafío: la caminata a la Montaña de 7 Colores (Vinicunca). Aunque estábamos agotadas, nada podía detenernos. Los tonos vibrantes de la montaña fueron el cierre perfecto para una experiencia inolvidable.
Un llamado a las mujeres viajeras
Este viaje fue mucho más que recorrer kilómetros en las montañas. Fue un recordatorio del poder interno que todas llevamos. Cada una de nosotras superó sus propios miedos, ya fuera la altitud, la resistencia física o el estar tan lejos de lo conocido.
A todas las mujeres, sin importar su edad, quiero decirles: atrévanse. Salgan al mundo, enfrenten desafíos, descubran su fortaleza. Viajar no es solo conocer nuevos lugares, es una oportunidad para redescubrirse a una misma.
El Salkantay Trek nos cambió para siempre, y espero que nuestra experiencia inspire a más mujeres a dar ese salto, porque el mundo está lleno de maravillas esperando a ser exploradas.
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