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Paseando por la glamurosa Galería Vittorio Emanuele II de Milán

Texto: Armando Cerra
Fotos: Mónica Grimal

A Milán tenemos que viajar con nuestras mejores galas. Y si es posible con un presupuesto desahogado para darnos algún capricho sacándole brillo a las tarjetas de crédito. Al fin y al cabo la gran ciudad del norte de Italia es sinónimo de diseño, elegancia, moda y buen vivir. Un sitio en el que es imposible no caminar tarareando la canción “si yo fuera rico, dubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi du…”

Y el sitio donde se multiplican esas ganas de gastar a nuestro antojo es la Galería Vittorio Emanuele II. Tan refinada que se considera el Salón de Milán, el espacio que hay que ver y donde hay que dejarse ver. ¡Absolutamente imprescindible! Además de que es imposible perdérsela ya que está en el corazón del centro milanés, precisamente entre el gigantesco Duomo y el famoso Teatro de La Scala.

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La Galería Vittorio Emanuele II es la imagen perfecta de cómo serían los centros comerciales del pasado. Es un mall señorial construido entre 1865 y 1877, usando lo que entonces era más moderno en la arquitectura, el hierro y el vidrio. Con esos materiales se tendieron las cuatro bóvedas de otros tantos pasillos y la cúpula central que se eleva a 47 metros sobre el suelo marmóreo. Una ingeniería precisa y preciosa a la que se suman de relieves, esculturas o las pinturas que se ven en las alturas representando a cuatro continentes: Europa, Asia, África y América.

O sea que mientras se camina por el interior es imposible no levantar la cabeza para admirar el conjunto. Pero tarde o temprano hay que relajar el cuello y bajar la vista. Es entonces cuando se leen los rótulos de los que negocios que ahí abren sus puertas. ¡Todos ellos con letras doradas sobre fondo negro! Es la norma dentro de la célebre galería milanesa. Sea la marca que sea, puede presentarse con su tipografía corporativa, pero los colores sí o sí han de ser negro y oro. 

Por cierto, algunas de esas marcas, como la milanesa Prada o el histórico Café Biffi permanecen con su negocio abierto en la galería desde su inauguración hace casi 150 años. Una inauguración memorable para la ciudad, pero a la que lamentablemente no acudió ni el rey italiano que le da nombre, ya que se encontraba enfermo, ni tampoco el arquitecto que diseñó el edificio: Giuseppe Mengoni.

Mengoni murió la víspera. Cayó desde las alturas de la galería y se estampó contra el suelo. Una muerte horrible de la que no se ha aclarado si fue un fatídico accidente o un suicidio. Se cuenta que por contrato la obra debía entregarla el último día de 1877 totalmente acabada. Si no era así, debería pagar una importante suma de dinero, que por supuesto no tenía. Así que temeroso de que algo fallara, subió a los andamios para revisar todo. Y sabemos que todavía quedaban detalles por terminar, así que siempre se ha sospechado que el angustiado arquitecto se lanzó al vacío para no arruinar a su familia.

Un final terrible para un personaje que legó a Milán uno de sus mayores tesoros. No hay turista, viajero de negocios o cualquiera de las miles de personas que acuden cada año a la capital lombarda para participar en sus múltiples certámenes de moda, diseño o arte que se resista a pasear por el interior de la Galería Vittorio Emanuele II. 

De hecho, muchos de esos visitantes quieren regresar antes incluso de irse. Y para ello cumplen con un ritual que seguro que tú harás cuando visites Milán. Te situarás bajo la cúpula y entre los mármoles del suelo buscarás un escudo con un toro que representa a la vecina Turín. Pues bien, la tradición dice que pisar los testículos del animal y girar tres veces sobre ellos con los ojos cerrados te traerá fortuna y además regresarás a Milán. Tal vez algo escabroso el folklore, pero os garantizamos que hay fila para cumplir con la costumbre.

Pero el encanto milanés es tanto que os podemos garantizar que sin pisarle nada al pobre animal también se vuelve a la capital lombarda. Nosotros nunca hemos lastimado al dichoso toro y hemos estado varias veces allí. Y desde luego cada vez que hemos ido, siempre, siempre, siempre nos hemos recorrido de arriba abajo la galería. Siempre hay cosas que ver.

Para empezar los escaparates de las grandes firmas. No somos fashion victims, pero aún así nos plantamos antes las cristaleras y los maniquís con las firmas de Giorgio Armani, Gucci, Luisa Spagnoli o Moncler. A veces los miramos para imaginarnos como nos sentarían semejantes trapitos y otras para soñar con que tenemos tanto dinero como para comprarlos. A mí, reconozco que lo que más me gustaría comprar sería algún sombrero de la tienda de Borsalino. Mientras que Móni ya es feliz buscando los efectos de luz y reflejos con su cámara en cada escaparate.

No obstante, no todo es ropa cara en la galería. También los fanáticos de los libros y la música pueden entrar a Feltrinelli. O quién todavía fume, se volverá loco con los artículos que ofrece Noli. E incluso hay restaurantes de primerísima categoría para deleitarse con la siempre contundente comida italiana. Eso sí, para no llevarse un susto al final, mejor mirar antes la carta y sus precios. Pero quién se lo pueda permitir que no dude en darse un banquete en Cracco, Savini o Biffi. 

Lo que nunca recomendaremos es entrar al Burger King. Sí, también hay un Burger King en la Galería Vittorio Emanuele II, pero a nosotros nos parece un sacrilegio comerse una hamburguesa ahí. En el caso de que vuestra economía no esté todo lo saneada que debiera y aún así queréis tomar algo en este lugar tan glamuroso, aquí van dos opciones mucho más apetecibles (para nuestro gusto, obviamente).

Un sería tomarse un helado en el mostrador de Savini, junto a las mesas del restaurante. O si sois muy de dulces, acercaros a Marchesi, una pastelería histórica de Milán. Tras salivar un rato frente a su expositor, elegid el pecado más dulce. Con ese goloso pastel en las manos ya podéis seguir paseando por la galería y entre bocado y bocado no pararéis de canturrear: “Si yo fuera rico, dubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi du…”

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